Obligadamente el tren debe seguir pasando, pero hace más de un cuarto de siglo que ya no se detiene en lo que alguna vez fue la Estación Choele Choel; al presente, aquel sencillo apeadero se ha convertido en un lugar de acceso difícil, solitario y silencioso, lo que agudiza aún más la sensación de inmensa tristeza que cubre a ésa y las muchas estaciones ferroviarias abandonadas de nuestro país.
En 1898 y dentro de El Manzano -estancia de don Manuel C. Reguera- los ingleses habían previsto una estación en el kilómetro 986 a la que bautizaron Choele Choel, tal como aparece en antiguas mensuras, crónicas y fotografías. Casi punto medio entre Bahía Blanca y Neuquén, su importancia no fue menor; sin embargo los trece kilómetros que la separaban del pueblo del mismo nombre produjeron permanentes complicaciones a los habitantes del viejo Choele Choel.
Por hallarse la traza en plena zona de descenso al valle, técnicamente una posición poco favorable, después de numerosos reclamos de vecinos, las autoridades del F.C.S. (Ferrocarril Sud) habilitan, en septiembre de 1908, una parada intermedia en el kilómetro 975, más cercano al pueblo. No fue la mejor solución pues igual debía recorrerse un acceso arenoso y cortado por el famoso zanjón, -dificultoso tanto con lluvias como sin ellas-; no obstante la distancia quedaba reducida a la mitad del recorrido anterior. Desde entonces esta nueva estación pasó a denominarse Choele Choel.
Por la proximidad e importancia de la estación original –denominada en adelante Darwin- los ingleses limitaron el nuevo apeadero a un mínimo de precarias construcciones. Chapas, maderas y algunos vagones viejos montados sobre pilotes dieron forma a la nueva "estación", destacándose en el conjunto, y solamente por su tamaño, el galpón de chapa.
Es reconocida la importancia que tuvo el ferrocarril en el desarrollo zonal, sin embargo no alcanzó a satisfacer mayores expectativas; "Choele Choel es un pueblo chico y pobre [...] el ferrocarril no ha dado ningún incremento comercial o edilicio al pueblo", afirma tempranamente una guía comercial hacia 1913.
Por El Mentor, periódico local, en los años '20 pueden apreciarse los continuos reclamos porque se mejoren las condiciones de la nueva estación; algunas fotografías publicadas y la dura pluma del redactor – "pocilgas, que en verano son hornos y en invierno una heladera" - permiten estimar la precariedad reinante en el sitio. Curiosamente estos reclamos pueden apreciarse, nuevamente y por el mismo medio, dos décadas más tarde. Con todo nunca hubo mejoras y como dato curioso puede referirse que recién fue dotada de electricidad en 1972, para entonces las recientes comodidades de la ruta 22 habían vuelto más accesible a Darwin.
Pese a todo, la pequeña estación había concentrado en su esplendor la actividad de una amplia región, haciendo llegar su influencia a zonas tan alejadas como Negro Muerto o Valcheta. Distintas tropas de carros y primitivos transportes de pasajeros llegaban o salían desde allí con cargas y pasajeros de la margen sur, la isla grande y costas aguas abajo de ésta.
Los mismos Ramos Generales de Choele Choel y aledaños se abastecían desde allí dándole un intenso movimiento tal cual nos lo confirmaba hace algunos años don Abilio Sogo, jefe de estación entre 1949 y 1953.
Con los años el tráfico fue disminuyendo considerablemente, a tal punto que, según nos cuenta don Víctor Vuillermin, último jefe de la estación, en 1978 cuando él la entregó, fue definitivamente cerrada a los pocos días. Esto puede confirmarse en la carta topográfica del I.G.M. -Instituto Geográfico Militar – de 1982 en la que ya aparece como "clausurada".
Otro ferroviario de aquel tiempo, don José Salatino Mazzulli, nos cuenta que poco tiempo después de su clausura el galpón fue desmontado y trasladado a Darwin donde hasta no hace mucho tiempo todavía era posible apreciar en su techo la inscripción "Choele Choel".
Hoy es poco lo que resta de la vieja estación Choele Choel; el tiempo y la inconsciencia de ocasionales visitantes acabó con ella, en muchos casos por la simple e irrespetuosa diversión pasajera. Ni siquiera el clásico y sólido cartel de argamasa, inútil para cualquier otro uso, se salvó del anónimo vandalismo. Hoy las bases de la casa del jefe y las del galpón, el depósito de agua y algún moribundo eucalipto, sirven de indicio para ubicar el lugar donde por más de sesenta años, transitó buena parte de la vida de nuestro pueblo.
Para los viejos vecinos la estación, o su simple recuerdo, sigue siendo el nostálgico y grato sitio en donde se abrevan otros tiempos: el de un viaje a Bahía, la partida hacia "la conscripción", la despedida a un familiar, en fin, como bien supo resumir en emotivos versos don Floriano López la estación o lo que de ella hoy queda, sigue siendo un "puntal de los tiempos viejos".
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